Incienso

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Boswellia carterii u olivanum thurigera

La Llama Silenciosa que Conecta Cielo y Tierra

El Incienso es una resina solar que porta el fuego sagrado. Nace en los desiertos, donde el árbol exuda su lágrima aromática al ser herido, y al contacto con el aire se cristaliza como si el espíritu mismo se solidificara para ofrecerse a lo alto.

Regido por el Sol, trabaja el elemento fuego, pero no desde la combustión, sino desde la llama interior que ilumina el alma. Es un puente entre mundos, una fragancia que calma y enciende a la vez. Con energía Yang, su humo ha acompañado durante milenios los ritos, oraciones y meditaciones de todas las culturas. No es solo aroma: es guía, maestro, bálsamo y guardián.

Inhalar incienso ralentiza la respiración, abriendo la puerta a estados de contemplación, conexión profunda y sanación espiritual. Nos prepara para escuchar la voz interna, esa que susurra bajito y que solo se percibe cuando el alma está en calma.

Es un constructor de templos invisibles: activa el eje interno que conecta lo sagrado del cuerpo con la eternidad del espíritu. Sirve para dar la bienvenida a lo nuevo y cortar con lo viejo, para soltar apegos, duelos, dependencias y anclajes al pasado. Nos devuelve al presente con presencia.

En lo físico, su acción es amplia: antiséptico, tónico, cicatrizante, uterino, respiratorio y regenerador. Pero su verdadero don es proteger y contener. Es un compañero en procesos de transformación profunda, un arquetipo del sacerdote interior, del guía que enciende luz en la oscuridad.

El incienso no solo eleva. Enraíza en lo alto. Nos enseña a ser autoridad de nuestra propia espiritualidad, y en esa autoridad amorosa, a caminar con firmeza hacia el misterio. Es el aroma de lo invisible, el que enciende la luz en lo secreto y consagra el alma.

solar que porta el fuego sagrado. Nace en los desiertos, donde el árbol exuda su lágrima aromática al ser herido, y al contacto con el aire se cristaliza como si el espíritu mismo se solidificara para ofrecerse a lo alto.

Regido por el Sol, trabaja el elemento fuego, pero no desde la combustión, sino desde la llama interior que ilumina el alma. Es un puente entre mundos, una fragancia que calma y enciende a la vez. Con energía Yang, su humo ha acompañado durante milenios los ritos, oraciones y meditaciones de todas las culturas. No es solo aroma: es guía, maestro, bálsamo y guardián.

Inhalar incienso ralentiza la respiración, abriendo la puerta a estados de contemplación, conexión profunda y sanación espiritual. Nos prepara para escuchar la voz interna, esa que susurra bajito y que solo se percibe cuando el alma está en calma.

Es un constructor de templos invisibles: activa el eje interno que conecta lo sagrado del cuerpo con la eternidad del espíritu. Sirve para dar la bienvenida a lo nuevo y cortar con lo viejo, para soltar apegos, duelos, dependencias y anclajes al pasado. Nos devuelve al presente con presencia.

En lo físico, su acción es amplia: antiséptico, tónico, cicatrizante, uterino, respiratorio y regenerador. Pero su verdadero don es proteger y contener. Es un compañero en procesos de transformación profunda, un arquetipo del sacerdote interior, del guía que enciende luz en la oscuridad.

El incienso no solo eleva. Enraíza en lo alto. Nos enseña a ser autoridad de nuestra propia espiritualidad, y en esa autoridad amorosa, a caminar con firmeza hacia el misterio. Es el aroma de lo invisible, el que enciende la luz en lo secreto y consagra el alma.